De todas las lecturas que pueden hacerse acerca del fulgor y muerte [o catalepsia] de Nueva Rumasa servidor opta por aquella que residencia su núcleo argumental no en las artimañas financieras del Mister Quetepego sino en la acogida publicitaria del asunto por todas las televisiones. Ni Antena 3, ni TeleCinco ni las autonómicas opusieron resistencia a la emisión de los spots de la familia Ruiz Mateos. Y estamos seguros que además de no resistirse cobraron de buen grado la emisión de tales spots, aunque para el pago de los mismos se utilizase dinero sobre el que recae la sombra de la estafa. Sin la difusión televisiva de dicha publicidad es colegible que el alcance e impacto social de la emisión de las aterradoras obligaciones hubiera circunscrito el escándalo a las dimensiones propias del boca a boca. Y es que realmente lo peligroso peligroso no es un pirao que quiera liarse a tiros con la humanidad sino el armero que cuando ve que entra a comprarle una ametralladora un pirao que piensa liarse a tiros con la humanidad pues coge y se la vende.

En cualquier caso ni las ingenierias financieras de los unos ni las publicidades irresponsables de los otros hubieran sido suficientes de no contar con el arma más poderosa: la gilipollez congénita del español. Porque vamos a ver, chavalas y chavales, si a ti te sale un tío con antecedentes y con historias pidiéndote pasta para montar un imperio del copón hay que ser anficós primero para escucharlo y segundo para efectuar un acto de disposición patrimonial llamado en última instancia a dejarte con el culo al aire.